Por Roy Daza – Diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV.
La primera orden de Gustavo Petro como Presidente fue colocar la espada del Libertador Simón Bolívar en el centro del acto de Toma de Posesión y juramentar a Francia Márquez, la Vicepresidenta, dos acciones políticas y simbólicas de una potente carga histórica, que sintetizan a la nueva Colombia que nace.
Lo que parecía imposible, que el pueblo unido le ganara la disputa por el poder a la oligarquía, se hizo posible: María José Pizarro le impuso la Banda Presidencial a Gustavo, un momento en el que se juntaron el dolor infinito de la tragedia colombiana, con el futuro promisorio que bien se merece la Patria de Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel García Márquez. ¡Sí se pudo! Gritó la multitud que abarrotó el centro de Bogotá ondeando la bandera amarilla, azul y roja.
Ahora la nación colombiana levanta la espada de Bolívar, tiene un gobierno popular y un programa de diez puntos, el primero de ellos, cumplir con el Acuerdo de Paz, y salir del horror de la muerte, los desaparecidos, las torturas, el desplazamiento forzoso, la miseria que deja una guerra de muchas décadas, tal y como lo expresó con meridiana claridad el Presidente del Congreso, Roy Barreras.
Ratificó el Presidente Petro la necesidad de alcanzar un acuerdo internacional para resolver el problema del narcotráfico, preservar entre todos a la Amazonía, avanzar en la unión latinoamericana y caribeña, y dejó una enseñanza: “No hemos avanzado como humanidad compitiendo, lo hemos hecho ayudándonos”.
“La igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza para todos y todas, y si somos capaces de distribuirla más justamente. Por eso proponemos una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento”, frase con la que señala un camino a seguir, y una ruptura con la política económica neoliberal.
Desde aquí, donde la bandera también es amarilla, azul y roja, y tenemos la espada de Bolívar en el altar de la Patria, abrazamos a la hermana República de Colombia.
