Entre Immanuel y otro hombre desnudo (1)

Por Gregorio Pérez Almeida

 “Nunca hubo una mujer en la casa de Kant, ni siquiera una sirvienta. Tenía un criado, el fiel Martín Lampe, a quien despidió, según se dice, al saber que se casaría”.

La vida sexual de Immanuel Kant. Jean–Baptiste Botul.

Ya se habrán dado cuenta de que el Immanuel de hoy no es del Sistema Mundo, sino el de la “cosa en sí”, es decir el tan mentado Kant. A quien rodean muchas fake news, como la de que fue profesor de filosofía cuando la verdad es que sólo dictó clases de antropología y/o geografía física en forma regular desde 1756, en la universidad de Königsberg hasta el momento de su retiro en 1797.

Clases, cuyas fuentes eran las noticias y cuentos que traían los viajeros acerca del mundo más allá del Báltico, porque él nunca salió de Königsberg. En esas clases y escritos expuso su racismo y su misoginia ontológicos, lo que demuestra con lujos de detalles el filósofo nigeriano Emmanuel Chukwudi Eze, en su ensayo “El color de la razón”, donde, además desmonta la idea de que hay dos Kant, uno crítico y otro antropológico y demuestra que su antropología es parte integral de su filosofía crítica, por eso su “razón pura” no es tan universal y es puramente blanca.

Pero estos aspectos de la obra filosófica kantiana ya se han abierto camino a contra corriente de la mitología eurocéntrica que nunca habla de ellos y podríamos llenar pantallas de wasap con citas textuales del mismo Kant para demostrarlo. De lo que quiero hablar es de un aspecto que está escondido en las biografías de este y de casi todos los filósofos: ¿Cómo vivía su sexualidad?

Nuestra intención es ponerlo en su dimensión humana, un hombre con prejuicios, defectos y virtudes, con una particular manera de vivir y de relacionarse con las y los otros, de orientar sus preferencias, apetencias y deseos sexuales, ¿Se miraba al espejo satisfecho de sí? ¿Qué ideas tenía del amor y con quién prefería pasar las noches frías de invierno? ¿A quién le tomaba la mano en momentos de miedo? ¿Con quién atravesaba los puentes de Königsberg y cuál era su preferido? En fin, quiero hablar de Immanuel Kant desde la intimidad de su lugar de enunciación, ahí, donde se fraguan las concepciones de la vida y la muerte, del mundo y del universo, del odio y del amor, en este caso, la subjetividad del hombre que dejó el problema fundamental para la filosofía occidental eurocéntrica de los siglos 18 y 19, a saber: la cosa en sí.

Mi interés despertó cuando leí que después de convivir por más de 40 años en la misma casa, Kant decidió echar a Martín Lampe, su mayordomo, y a partir de ese momento pasaba el día entero reflexionando sobre su decisión y le parecía tan difícil desprenderse de aquel hombre, que necesitó de toda su energía y de un esfuerzo extraordinario para no seguir pensando en él y para tener más presente su resolución, escribió en su cuaderno de notas estas frases: «Febrero 15 de 1802. Recordar, ante todo, que, a partir de esta fecha, el nombre de Lampe ha de ser olvidado.

El olvido está lleno de memorias, dice Benedetti ¿Qué memorias quería olvidar Kant? Cuenta su amigo Wisianski, que no conoció el motivo real del despido y que el biógrafo de Kant sólo se enteró de que Lampe “le había faltado de tal modo que le daba vergüenza decirlo”, pero la persona del viejo criado estaba tan firmemente unida a las costumbres cotidianas del filósofo, que su nombre no se le quería ir de la cabeza.

Martín Lampe, acompañó a Kant por más 40 años y fue la única persona que convivió con él, lo acompañaba de día y de noche, lo despertaba en las mañanas con tres golpes en la puerta de la habitación y lo esperaba en la mesa con el té y las tostadas de pan negro con mantequilla de maní, en las tardes al regresar de la universidad, le tenía preparada la cena. Cuando Kant salía a caminar por Königsberg en días nublados, Lampe lo acompañaba sosteniendo el frondoso paraguas. Cuántas conversaciones, susurros y gritos de sólo esas dos voces hacían el eco cadencioso y uniforme en aquella casa. ¿Qué unía a aquellos dos hombres que vivieron juntos más de 40 años?

He aquí el detalle, ¿Qué nos impide suponer que se amaban? Qué eran dos homosexuales encerrados en su “closet” evadiendo la represión homofóbica de la sociedad y del régimen prusiano. ¡NO! ¡Eso es injuria! ¡Rebajar a ese nivel palurdo la figura egregia del padre de la Ilustración! Si el mismo káiser Guillermo II le prohibió enseñar y escribir sobre religión, ¿Qué le harían si se enteraban que era homosexual?

En la mitología eurocénrica de la filosofía, la homosexualidad no es un tema porque se asume “a priori” que todos los filósofos, mujeres y hombres, son heterosexuales, habría que esperar a Michel Foucault para que el canon machista se rompiera en pedazos. Y si Foucault tuvo que pasar ronchas por ser homosexual en pleno siglo 20 y en el país de la Revolución por la “libertad, igualdad y fraternidad”, qué le esperaba a Kant en pleno siglo 18 en un país monárquico.

Ahora bien, aceptemos que mi sospecha es absurda, que no tiene base material, que es un “chisme pesado”, pues entonces tenemos que aceptar que, mínimo, Kant era bien enrollado, una especie de ególatra-homofóbico-misógino-compulsivo-hipocondríaco, como él mismo reconoce en algunos escritos. Pero, en verdad, Immanuel no se merece ese trato tan ofensivo sólo porque no queramos reconocer, o por lo menos sospechar, que era homosexual.

Menos mal que no soy el único chismoso y que los hay de mucho prestigio, como el filósofo francés que cito al comienzo, Jean–Baptiste Botul, quien dictó en Paraguay, en mayo de 1946, unas conferencias tituladas “La vida sexual de Immanuel Kant”. Una obra de la que jamás me hablaron mis profesores de filosofía alemana.

Un abreboca del texto de Botul:

“La cosa es el sexo. Esto resulta evidente. No podemos conocer la cosa en sí, nos advierte Kant; no somos capaces de ello, pero sobre todo, no estamos autorizados a ello…”

Hasta la próxima.

25/04/2020

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