Chile 1973: ¿Por qué aquel 11 no tuvo su 13?

Por Gregorio J. Pérez Almeida

Cincuenta años es nada en la larga historia de un pueblo, pero son muchos en la corta historia de un individuo del siglo 21, cuya “expectativa de vida”, por lo menos aquí en Latinoamérica y el Caribe, está entre los 55 y los 75 años. Bienaventuradoas quienes apagan más de 80 velitas… si aún soplan, claro está.

El 11 de septiembre de 1973 tiene una doble carga en nuestras vidas: la que se fraguó durante y, evidentemente, antes del golpe “nazi” contra el gobierno socialista de Salvador Allende, que poco a poco hemos conocido, y la que fraguamos en nuestra memoria personal desde ese día hasta hoy. Son dos cargas del mismo episodio histórico: la objetiva y la subjetiva, la primera ha sido investigada en las academias, por individualidades y organizaciones políticas.

El peso de esta primera carga ha aumentado con gran arrechera por la “desclasificación” de documentos del Pentágono y la CIA que revelan que el golpe fue planificado, financiado y ejecutado desde la Casa Blanca, en Washington.

La segunda carga la llevamos como una sombra en la memoria, porque es uno de los episodios más oscuros en nuestra vida como militante de la izquierda marxista. Por eso dedicaremos unas líneas para seguir intentando iluminar la sombra.

Son muchas las entradas al tema, pero nos dio por comparar aquel 11 de septiembre de 1973 en Chile, con el 11 de abril de 2002 en Venezuela, o, mejor dicho, en la República Bolivariana de Venezuela, porque el rechazo al “bolivarianismo” fue uno de los motivos del golpe, como dejó claro “Carmona el breve”, en el panfleto… perdón, el decreto que leyó en Miraflores el 12 de abril.

Golpe que quedó en “Grado de Frustración” por la resistencia y contraofensiva popular cívicomilitar que en 47 horas restituyó al comandante Chávez en su cargo de Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Combinando estos dos recuerdos nos surgió la pregunta del título y como la respuesta es muy larga y compleja, haremos unas pinceladas en dos aspectos que consideramos determinantes: el contexto y los líderes de ambos acontecimientos.

  1. El contexto de Chile 1973

En los años 70 del siglo 20, se calentaba la “Guerra Fría” entre el Bloque Soviético y el Bloque Americano, apenas unos años antes se había superado la “Crisis de los misiles”, en el triángulo Moscú-Cuba-Washington y en marzo de 1973 los gringos salieron con el rabo entre las piernas de Vietnam, lo que exigía modificaciones tácticas en su  “Gran Estrategia” imperialista, sobre todo de cara a su “patrio trasero”, donde pululaban movimientos sociales y partidos políticos “infectados por el virus comunista”, cuyo vector era Cuba.

El neoliberalismo había nacido teóricamente en Estados Unidos en los años 50 del siglo 20, en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, con Milton Friedman como papá y la Estatua de la Libertad como mamá, pero se hace influyente cuando el seudo Estado benefactor estadounidense, inspirado en Keynes, es derrotado por la crisis económica y propicia la corrida neoliberal, cuyo primer paso se da en 1971 al abandonar el Patrón Oro como respaldo estadal de su moneda para privatizar el sistema monetario nacional e internacional.

En 1973, explota la primera gran crisis del petróleo por el aumento de los precios de la OPEP que junto con la derrota en Vietnam genera: “el déficit fiscal por las inversiones –perdidas- en armamento, ejército y tecnología; y el déficit comercial, porque EE.UU había agotado su petróleo y comenzaba a importarlo, además compraba mercancías producidas en el extranjero, todo financiado con los dólares que emitía sin respaldo y que desde Bretton Woods constituían la moneda de cambio internacional”.

¿Por qué y cómo llega el neoliberalismo a Chile, por qué no se implementó en otro país suramericano? Leamos la respuesta en un trabajo elaborado en colectivo por investigadores chilenos, titulado “Evolución del modelo neoliberal en Chile”:

El Modelo Neoliberal en Chile, fue inspirado por el pensamiento de un grupo de economistas chilenos, los “Chicago Boys”. Tecnócratas que se autoproclamaban apolíticos –aunque tuviesen fuertes lazos con la derecha–, representantes de la moderna ciencia económica y que tenían como objetivo cambiar, desde una visión monetarista y neoliberal, las bases políticas y económicas que habían constituido a Chile desde 1938.

En el año 1956, la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Santiago, con la ayuda de la Fundación Ford, firmaron un acuerdo de intercambio para enviar a jóvenes estudiantes de economía a los Estados Unidos a aprender más sobre el “monetarismo”, la teoría de la cual los gobiernos deben abstenerse.

De regreso en Chile, los Chicago Boys esperaban implementar algo de lo que habían aprendido en Estados Unidos. Entonces comenzaron a construir un programa económico que presentaron al candidato presidencial Jorge Alessandri, quien perdió ante el socialista Salvador Allende en 1970.

Durante el gobierno de Allende, los Chicago Boys continuaron trabajando en su proyecto económico, que el alumno de Chicago, Sergio de Castro, autor de su recomendación final, entregó al Almirante de la Marina José Toribio Merino.

Merino formaría parte de la junta que derrocó a Allende en el golpe de estado respaldado por la CIA en 1973 […] De Castro se convirtió en el ministro de economía y más tarde en el ministro de hacienda. Los otros Chicago Boys también se unieron al gobierno, ocupando puestos en el Gabinete durante los 17 años que duró la dictadura cívico militar en Chile”.

Más claro imposible: Estados Unidos utilizó a Chile como el “laboratorio” para aplicar el modelo neoliberal con “características chilenas” (de las que hablaremos) y, como en todo experimento, necesitaba el control casi absoluto de las variables y la más importante era: “el peligro del conflicto social y las diversas expresiones del mundo popular y obrero organizado que representaba el gobierno comunista de Salvador Allende

¿Cuáles son esas características chilenas?, aquí entra un aspecto que nos parece determinante: en Chile el nazismo tenía existencia institucional y era una corriente cultural desde los años 30 del siglo 20 y muy fuertemente en el sector militar, como demuestra Víctor Farías en su libro “Los nazis en Chile”.  O sea que la Casa Blanca tenía en quien confiar plenamente para la tarea de exterminar la variable “comunismo” en el experimento neoliberal, no en vano había trasladado directamente y facilitado la mudanza de criminales nazis de mediana y baja monta a los países suramericanos.

Decimos mudanza, porque hasta se trajeron sus “trofeos” originales (uniformes, cruces de hierro, banderas, fotos de Hitler, etc.), como comprobamos en persona personalmente en una urbanización de Caracas.

Otro aspecto es el contexto político chileno que rodeaba a Allende conformado por la Unidad Popular, una unidad creada en 1969 con los partidos Socialista (al que pertenecía Allende), Comunista, el MAPU (escisión de la Democracia Cristiana) la Acción Popular Independiente (API) y el Social Demócrata.

Todos partidos de larga experiencia y con definiciones propias, lo que hacía muy difícil una verdadera unidad en torno a las políticas diseñadas por el Presidente para avanzar hacia el socialismo. Aparte estaba el MIR, más radical en cuanto a la construcción del socialismo en Chile, a veces entorpecedor otras veces acompañante.

Para hacer un cuento corto de las relaciones conflictivas a lo interno de la Unidad Popular y de ésta con Allende, recomendamos la película Isla Dawson 10, de Miguel Litín, disponible en internet o adquirible en un “quemadito” (¿Existen aún?).  

  1. El líder Salvador Allende

Lo primero que debemos reconocerle a Salvador Allende, es que intentó instaurar el socialismo por la vía pacífica, democrática y electoral, en el país suramericano donde el “prusianismo” era la ideología de más tradición en las Fuerzas Armadas desde finales del siglo 19, como demuestran Patricio Quiroga y Carlos Maldonado, en su libro: El Prusianismo en las Fuerzas Armadas chilenas, cuyos valores centrales son el culto a las formas autoritarias del Estado y el antisocialismo.

Consideramos que comentando sólo dos acontecimientos registrados documentalmente, nos permitirán dibujar una semblanza del líder Salvador Allende como un hombre formado profundamente en principios democráticos y convencido absolutamente de que existen fórmulas institucionales de resolución de conflictos, tal y como demostró hasta el día 11 de septiembre de 1973.

El primero: su negativa a extraditar al criminal nazi, coronel de las SS, Walter Rauff, quien había llegado a Chile en los años 60 y había sido solicitada su extradición formalmente y con suficientes evidencias, en agosto de 1972, por el señor Simón Wiesenthal, director del Centro de Documentación de la Asociación de Víctimas del régimen nazi. Su solicitud tenía como fundamento que Rauff era:

el responsable de la introducción de los así llamados camiones de gas. El departamento de Seguridad del Reich ordenó la construcción de estos camiones especiales herméticamente cerrados. Cincuenta o más seres humanos eran encerrados en estos vehículos sufriendo muerte por asfixia durante un recorrido de 15 a 30 minutos mientras los gases asfixiantes penetraban al interior del vehículo.

Fundándose en informes alemanes que no alcanzaron a ser destruidos, puede afirmarse que Walter Rauff causó la muerte cruel de 96.000 seres humanos, en su mayoría judíos, pero también socialistas y comunistas en los territorios ocupados por los nazis”.

La carta de respuesta de Allende a Wiesenthal muestra sin titubeos su apego a los procesos constitucionales en la solución de conflictos de esta naturaleza y le dice:

Estimado señor Wiesenthal: Como Ud. bien sabe, a raíz de un pedido de extradición formulado por la autoridad judicial competente de la República Federal Alemana y cursado por la vía diplomática, la Corte suprema de Chile, conociendo de este asunto, falló negativamente, fundada en la prescripción de la acción correspondiente. Empero, el considerando 38 de dicha sentencia envuelve la más amplia condenación moral de los alevosos crímenes del Nacionalsocialismo y de sus ejecutores materiales.

En cuanto a la posibilidad de que el pedido de extradición se reactualice, lo que legalmente requeriría como condición sine qua non de una nueva solicitud formulada por vía diplomática, ello sería de la exclusiva competencia de los tribunales de justicia de Chile […] Al Presidente de la República le está vedado, en virtud de la Ley, ejercer funciones judiciales, avocarse causas pendientes o hacer revivir procesos fenecidos.

Siento verdaderamente, estimado señor Wiesenthal, que mi respuesta deba ser negativa a su petición. He admirado y admiro su tenacidad para perseguir a los autores de los más horrendos crímenes que registra la Historia de la Humanidad. Pero también sé del apego que Ud. siente por el imperio de la Ley dentro de los regímenes políticos y por ello, estoy cierto de que Ud. comprenderá mi posición como Presidente de la República.

Respeto al orden constitucional y al imperio de la Ley, respeto a la soberanía popular como fundamento de la democracia, expresada mediante el voto y respeto irrestricto al Estado nación, cuya legitimidad está basada en leyes emitidas, aprobadas y ejecutadas por los órganos judiciales y legislativos correspondientes, autóctonos y autónomos…

Ese fue Allende, siempre actuó de acuerdo a sus principios éticos liberales y a su formación política socialista, pero Walter Rauff, a quien reconoció como “sujeto de derechos”, fue el diseñador de los “campos de concentración” que Pinochet ordenó construir para encerrar y torturar a miles de chilenas y chilenos durante años, hasta que la “Operación Cóndor” los asesinara selectivamente o salieran libres por gestiones internacionales… Inclusive algunos lo señalan como el jefe de las torturaSS en el Estadio Nacional.

Y el poder judicial que Allende respetó con la firmeza de un hombre de Estado, fue el mismo que iniciaría el proceso político que concluyó con su aniquilación política y física. Es ilustrativo leer el enfrentamiento en el Congreso Nacional entre los diputados de la Unidad Popular (UP) y los de la oposición, entre el 22  y el 29 de agosto, que culminó con la aprobación del Acuerdo de la Cámara de Diputados sobre la Inconstitucionalidad del Gobierno.

Este episodio nos enseña dos cosas:

Primera, la comprobación de la tesis hegeliana que sostiene que cuando dos derechos iguales se enfrentan, decide la fuerza. Vamos al grano: leyendo la Resolución de la Corte Suprema, del 28/08/1973, sobre algunos errores en la interpretación de las leyes que incurrían en inconstitucionalidad de parte del Presidente Allende, que motivó la discusión en ambas cámaras del Congreso Nacional, encontramos que tanto la UP como la oposición basaban sus argumentos en derechos que les garantizaban la Constitución y las leyes chilenas, ergo: pocos días después, el 11 de septiembre, decidió la fuerza.

La otra enseñanza es que ya desde aquellos días, Estados Unidos ha experimentado la modalidad de “golpe de Estado” por la vía “constitucional”, hoy llamados “juicios políticos” o impeachtmen, lo que pasó en aquel momento fue que ya se habían decidido por la fuerza, basta leer dos intervenciones, la del Senador del Partido Nacional, Francisco Bulnes, y la del Senador demócrata cristiano, Patricio Aylwin, en la sesión del 29 de agosto, para comprobarlo:

El primero dijo: “El momento ha llegado. El Presidente está en rebeldía. No podemos acusarlo constitucionalmente, porque no contamos con los dos tercios pero contamos con el artículo 43, número 4, que nos permite declarar la inhabilidad por impedimentos físicos o morales. Y para eso se necesita simple mayoría.

Y Patricio Aylwin respondía:

“… todavía no es el momento de pedir la inhabilidad del Presidente de la República”, agregando que una medida de esa magnitud debe ser muy reflexionada, añadiendo eso sí, que “el diálogo está terminado y en este momento no hay conversaciones de ninguna especie. No habrá diálogo mientras el gobierno no cumpla con la condición previa de hacer rectificaciones inmediatas.”

Las “rectificaciones inmediatas” que exigía la CIA, en boca de la oposición chilena, eran, más o menos, que Allende abandonara la vía al socialismo, algo así como las condiciones que impone Washington al Gobierno del Presidente Nicolás Maduro para levantar las “sanciones”: que se realicen unas “elecciones presidenciales libres”… en las que pierda el gobierno.

Y si dudamos de que ya el golpe de Estado estaba planificado y decidido para el 11 de septiembre, leamos estas intervenciones en el Senado, en la sesión del 4 de septiembre, durante un debate sobre al presupuesto nacional:

Habla el senador Pedro Ibáñez, del Partido Nacional, negándose a una partida presupuestaria: “…Tal vez el señor Montes y sus colegas de bancas parlamentarias tengan razón en preocuparse, de este ítem específico, que no sólo está dedicado a fomentar la producción de esa supuesta fábrica de escobas, sino que también, como acabamos de saber, tiene por finalidad la de estimular la fabricación de colchones. Pensando en los costalazos que se ha dado la Unidad Popular y el golpe que se va a dar, creo que hace bien el señor Montes al prepararse…

Respuesta del senador comunista Luis Valente: “¿Cuál golpe?”

Ibáñez contesta: “El que se van a dar los señores senadores…

Ante lo cual el senador socialista Aniceto Rodríguez añade: “¡Lo traicionó el subconsciente!” Y la senadora comunista Julieta Campusano complementa: “¡El subconsciente golpista!”

Y aclara finalmente Ibáñez: “Quiero dejar en claro que he estado perfectamente consciente al hablar del golpe que se van a dar los senadores de la Unidad Popular y al decir que, por tanto, hacen muy bien en prepararse los mejores y más blandos colchones que sea posible…

Como queda evidenciado, en Chile de 1973, el enfrentamiento entre dos derechos iguales fue el disparador formal de las acciones violentas de las Fuerzas Armadas, pero en nuestro caso, la Venezuela Bolivariana, se trata de una acción injerencista del imperialismo estadounidense que está fuera de todo marco legal o de derecho, simplemente se trata de torcernos el brazo antes de tirarnos al suelo para caernos a patadas.  

Por todo lo dicho hasta ahora y por lo que sabemos del Compañero Presidente Salvador Allende, tenemos que colocarlo de primero en el horizonte utópico cuando hablemos del Quijote caminando por América Latina.

  • El 13 de abril de 2002: el contexto y el líder.

Vamos recortar nuestro viaje uniendo los dos aspectos en un solo recorrido y hablaremos del contexto del 13 de abril de 2002 y del líder.

A estas alturas de nuestro proceso revolucionario, en el que la historia crítica y la política rebelde se han vuelto lugares comunes, es innecesario decir que es un contexto histórico completamente diferente al de Chile de los años 70.

Aún más, hoy utilizamos con mucha propiedad los términos “sistema-mundo-capitalista”, “contexto geopolítico” y “contexto geoeconómico” e inclusive nos tiramos una de especialistas diciendo “desplazamiento hegemónico” para referirnos a lo que está pasando entre Estados Unidos, Rusia y China. Hoy diríamos algo así: “El golpe de Estado en Chile desde la perspectiva de larga duración en el Sistema-Mundo-Capitalista”… Nada que ver con la Venezuela de la Cuarta República.

Lo único que hace parecidos a estos dos acontecimientos históricos, es que ambos ocurrieron como consecuencia del enfrentamiento de los gobiernos de Salvador Allende y Hugo Chávez Frías con el imperialismo estadounidense, pero hasta ahí, porque el hegemón de 1973 era un niño de pecho comparado con el del 2002… ¡Qué diremos en el 2023!

Seremos sintéticos para no aburrir con apreciaciones que seguramente quienes leen estas líneas conocen muy bien. Describiremos algunos aspectos y ustedes harán las comparaciones pertinentes. El orden es aleatorio, no significa jerarquía alguna.

Primero: La doctrina básica de la Fuerza Armada venezolana, con mayor o menor presencia en las generaciones de la oficialidad y en los componentes, es el “Bolivarianismo”, sinónimo de “anticolonialismo” y “antiimperialismo”, que con la llegada del Comandante Chávez a Miraflores, se constituye en la referencia moral y política del pueblo “chavista” y en la contra-referencia de la oposición.

La Academia Militar de Venezuela, fundada por el Libertador Simón Bolívar, es la “Casa de los Sueños Azules”, el lugar del que salieron los generales Alberto Müller Rojas y Jacinto Pérez Arcay, por nombrar sólo a dos de los ascendentes de la oficialidad joven (COMACATES), que organizó el MBR 200.

Segundo: El origen de Chávez no tiene relación directa con los partidos políticos de la izquierda venezolana, independientemente de sus vínculos con algunos grupos y dirigentes políticos de izquierda durante su clandestinidad como “soldado rebelde” desde 1983, su “Por ahora” del 4 de febrero de 1992, inició una forma de hacer política de masas en la que los partidos políticos quedaban al margen en su relación con el líder y sus propuestas.

Al contrario de los procesos revolucionarios “tradicionales”, el partido del gobierno se creó mucho después de tomar el poder, con lo que impidió que los conflictos “naturales” en la izquierda obstaculizaran la toma de decisiones desde el Ejecutivo Nacional. Chávez era –y aún lo sigue siendo- UN LÍDER a quien la gente quería seguir.

Tercero: Tanto el comandante Chávez como sus soldados, venían de sufrir en carne propia la traición al Libertador Simón Bolívar, quien “maldijo al soldado que empuñara sus armas contra su pueblo”. Algunos tuvieron que cumplir órdenes y otros contemplaron impotentes la masacre del pueblo venezolano durante el “Caracazo” que comenzó el 27 de febrero de 1989. Y aquí hay dos características definitorias de nuestro gentilicio:

1ª) Los soldados bolivarianos juraron nunca más traicionar a Bolívar ni a su pueblo, el ejemplo genuino es el del Comandante de la Guardia de Honor, en Miraflores, que aguantó calladito las ofensas y los desmanes de la jauría opositora hasta que recibió la orden de retomar el palacio… y no los pasó por las armas porque jamás su Comandante en Jefe se lo hubiese ordenado.

2ª) El pueblo venezolano es pacífico por necesidad y prudencia, porque se conoce bien y sabe de lo que es capaz de hacer cuando pierde la paciencia. Es que aprendió con José Leonardo Chirino y Ezequiel Zamora, que “los ricos joden, hasta que los pobres se arrechan”, y así lo hizo en la rebelión popular de febrero y marzo de 1989.

El pueblo que salió a las calles y a las puertas de los cuarteles y del Palacio de Miraflores, el 12 y 13 de abril de 2002 a exigir la libertad y el retorno del Presidente Chávez, tenía frescas las heridas del Caracazo y llevaba en sus morrales las curas para este nuevo combate que había recargado con las ideas que había recibido de su líder: lealtad a la causa revolucionaria, irreverencia ante el poder despótico e inteligencia y audacia para vencer al enemigo más poderoso.

Por estas cosas y muchas más que no diremos porque no caben en este formato o porque se nos olvidan, nuestro 11 tuvo su 13 victorioso y, no es para echárnosla de arrechos y arrechas, pero hoy, 2023, tenemos en el morral muchas más curas e ideas estratégicas para vencer al enemigo más poderoso.

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