EL COVID-19 EXPONE DEBILIDAD DE UNA IMPORTANTE TEORÍA PARA JUSTIFICAR AL CAPITALISMO

ARTÍCULO DE RICHARD D. WOLFF – COUNTERPUNCH 09-07-2020. COMENTARIOS

Por Ángel Colmenares

Ya conocemos la opinión del profesor WOLFF, quien mantiene la línea de pensamiento expresada en artículo reproducido y comentado por esta vía el 08-04-2020 [“EL CAPITALISMO HA FALLADO EN LA LUCHA CONTRA EL CORONAVIRUS”]


Lo que permite al capitalismo ―como puntualiza WOLFF― “imponer la farsa de la economía ortodoxa” es su dominio/control sobre el proceso de producción/distribución de bienes y servicios, realidad que MARX refería hace más de ciento setenta años:  «… La determinación originaria de la propiedad privada es el monopolio; por ello, cuando la propiedad privada se da a sí misma una constitución política, ésta adquiere el carácter del monopolio. La forma acabada del monopolio es la competencia.
La economía política distingue: producción, consumo y, como intermediario entre ellos, intercambio o distribución. La separación entre producción y consumo, entre actividad y goce, tenga ella lugar entre en distintos individuos o en uno solo, es la separación del trabajo respecto de su _objeto_ y respecto de sí mismo como goce. La distribución es el proceso activo del poder de la propiedad privada.» (“Cuadernos de Paris” -Notas de Lecturas de 1844-, Ediciones ERA, México, 1974, páginas 146-147).


Ese “proceso activo de poder” es lo que explica por qué la producción de riquezas es social pero la apropiación de ellas es particular, es decir, es “propiedad privada” de la exclusiva minoría que explota a l@s trabajador@s y se apropia de los bienes en teoría colectivos, como son las tierras sujetas a control estatal, áreas comunes en cuyos predios son construidas mansiones o galpones para criar pollos, gallinas y cerdos; o convertidas en campos de golf, establos para caballos de raza y clubes para solaz y esparcimiento. La historia está llena de ejemplos de esa expropiación continua, origen de riquezas amasadas con sangre y sudor de pueblos enteros y que los ideólogos tratan de justificar como realidad de origen divino, acerca de la cual no deben hacerse preguntas incómodas y mucho menos tratar de modificar porque, según ellos, “la propiedad es sagrada”.


El capital tiene hoy, además del poder económico, una gran experiencia política para enfrentar al trabajo pues no solo domina a clases y estamentos sociales sino que también dirige, educa, impone pautas valorativas y graba en millones de cerebros la impronta de su visión del mundo y de la sociedad tal como quiere y necesita que la gente los perciba, acepte y acate.
¿Por qué es “normal” que los trabajadores seamos reprimidos cuando reclamamos “derechos legales” muy bien escritos e inscritos en códigos y contratos, pero perfectamente inútiles cuando al patrono (“privado” y “público”, es el mismo capital) le conviene violarlos o desconocerlos?
Los trabajadores jamás lograremos la emancipación económica luchando por “un mejor salario” porque éste representa el costo de reproducción de la fuerza humana y bajo tales condiciones el trabajo no es fuerza productiva de riqueza, de acumulación de bienes, de gozo y provecho para l@s obrer@s, sino generación de beneficios para la propiedad privada de otro, del patrono, quien —más allá de su característica particular como persona— representa al capital.

Y el mejor contrato colectivo que podamos pensar no irá más allá de ser programación de costos que los dueños de nuestra fuerza de trabajo elaboran por períodos determinados, durante los cuales ellos manipulan los precios de los bienes que fabricamos pero que debemos comprar, y así nos explotan pagándonos parte del fruto de nuestro trabajo y quitándonos luego lo que nos pagaron en el intercambio comercial, pues controlan todo el proceso de producción, circulación y distribución, sobre el cual no tenemos injerencia alguna. Somos una clase social sin cuyo esfuerzo cotidiano la sociedad no puede existir pero impedida de disfrutar lo que produce porque todos esos bienes que salen de nuestras manos y cerebros se convierten luego para nosotros en algo extraño, ajeno, que sirve para nuestra propia opresión, escondidos para provocar desabastecimiento, contrabandeados para obtener mayores ganancias, para someternos por el hambre, para causar angustias, para configurar cuadros políticos que favorezcan a sus intereses particulares, que no son otros que la acumulación de capital y la garantía de continuar controlando todo el circuito económico‐político en la sociedad.


El capitalismo no ha cambiado su esencia [explotación y expropiación de trabajo humano en forma de plusvalía], su método [control de todo el proceso de producción y circulación] ni su implacable lógica interna [mayor beneficio al menor costo para acumular más capital convirtiendo todo en mercancía], y enormes han sido los esfuerzos de  socialdemócratas y reformistas de todas las épocas en inventarle “rostro humano”, presentarlo como algo “natural” —por tanto eterno e insustituible—, demonizando al comunismo [la sociedad de productores libremente asociados] y falsificando/deformando a su etapa transitoria, el socialismo, también llamado por sus fundadores “dictadura del proletariado” en contraposición a la “invisible” dictadura del capital.
Leamos a un analista del capitalismo y defensor del socialismo revolucionario:


«Si era que en verdad quería lograr algo, el proyecto socialista tenía que definirse a sí mismo como la restitución de la función de control, históricamente alienada, del cuerpo social ―los “productores asociados”― bajo todos sus aspectos. En otras palabras, el proyecto socialista tenía que ser realizado como un modo de control metabólico social cualitativamente diferente: un modo de control que estuviese constituido por los individuos de manera tal que no les pudiese ser alienado. Para tener éxito en este respecto, tenía que ser un modo de control capaz de regular las funciones reproductivas materiales e intelectuales de los intercambios mediadores entre sí mismos de los individuos, y con una naturaleza que no viniese desde arriba ―la única manera en que la “mano oculta” supraindividual podía afirmar su poder nada benevolente, usurpando los poderes de toma de decisiones interindividuales― sino que surgiera de la base social más amplia.

Mientras el capital se mantenga _globalmente dominante_, su “transitoriedad” (enfatizada por Marx) está condenada a permanecer en estado latente. Porque no importa cuán problemática sea en su constitución más recóndita, bajo las condiciones de su dominación global, la falsa apariencia de permanencia inalterable del sistema del capital puede delinear el horizonte de la vida cotidiana relativamente en calma de la sociedad mercantil.»

István MÉSZÁROS. Más Allá Del Capital – Hacia una teoría de la transición. Vicepresidencia del Estado y Presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia (Antes del Golpe Bíblico), 2010, Tomo I, página 47.

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