La revolución boliviana: El movimiento nacionalista de 1952

Por Dario Di Zacomo, desde Buenos Aires, Argentina.

El domingo 6 de octubre el pueblo boliviano dio inicio a otro momento rebelde al elegir a Luis Arce como presidente del Estado Pluricultural de Bolivia, derrotando a las derechas nacionales e internacionales. La OEA queda nuevamente al descubierto, no hay pirueta técnica que permita explicar el fraudulento informe del año pasado que alentó y legitimó el golpe de Estado contra Evo Morales. El Secretario General del sumiso organismo, Luis Almagro, puesto allí como figurilla mitigante, esconde su cabeza detrás de los gobiernos del grupo de Lima y la ambigüedad de otros reformistas.

Fuera de los remarcados lugares comunes que pueblan el sistema de dispositivos mediáticos, el pueblo boliviano, desde una mirada de proceso, genera condiciones de posibilidad para continuar luchando contra las relaciones de dominación establecidas en su estructura social y política por el capitalismo. La manifestación de esta consciente tensión liberadora brota en el choque ideológico entre las fuerzas organizadas en disputa, los grupos y clases sociales que los componen, así como sus relatos históricos constitutivos.

La dominación expresada en diversas formas políticas, con frecuencia enfrenta momentos, organizados o no, de rebeldía colectiva que se articulan en la movilización de sectores sociales que rompen la contención institucional y la “normalidad” política de las relaciones de poder. Esos momentos rebeldes representan crisis donde se inhabilita de manera total o parcial la autoridad del gobierno y las leyes, aflorando fuerzas que se proyectan como sustento de otro sistema de gobierno, autoridad o representación de poder (Tapia, 2007:171). De las crisis “…se derivan las cuestiones del momento del conocimiento social, es decir, de la súbita capacitación del sujeto, que es la clase, para conocer lo que antes le estaba vedado, de la presentación “llena” de la sociedad, que antes no se presentaba sino en su parte legalmente aceptada, pero que sólo ahora se presenta como todo su número…” (Zavaleta [1978]2015:151). Concurrente a ello, también las crisis se hacen escuelas donde los sectores sociales explotados pueden reconocer lo que acontece y aprovechar el momento para fortalecer su perspectiva objetiva de poder.

En esta mirada vamos a recorrer, en varias entregas, tres momentos rebeldes de la historia reciente del pueblo boliviano: La rebelión nacionalista de 1952 (objeto de este primer escrito), la resistencia al golpe militar en noviembre de 1979 o “las masas en noviembre”, y el ciclo rebelde iniciado en 2000 con la guerra del agua hasta el acenso, de lo que ya pudiéramos llamar el primer gobierno del MAS encabezado por Evo Morales. Teniendo en consideración que estos momentos rebeldes implican, como nos indica Tapia, la combinación de la acción de las identidades indígenas, como representación de la comunidad, en tanto que “…toda una sociedad o conjunto de estructuras sociales que se mueve contra lo que se considera un poder y autoridad externa e ilegítima…”(Tapia, 2007:175), y lo nacional-popular, que es, a veces fusión, a veces amalgama, de sectores clasistas de trabajadores urbanos y agrarios, con capas medias que comparten un horizonte de pertenencia y derechos políticos que se identifican con lo nacional. Este artejo de lo comunitario indígena, lo clasista, la etnicidad y lo nacionalista en propensión a componerse, descomponerse y recomponerse nuevamente, es una tendencia a tener presente cuando miramos la rebeldía boliviana después de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.    

La rebelión nacionalista de 1952

En continuidad con lo dicho anteriormente, las rebeliones son ocasiones donde se acelera y condensa el tiempo político, propiciando la condición de posibilidad de cambio social; en ellas operan fundamentos o soportes históricos que Luis Tapia llama líneas de acumulación histórica y se describen como estructuras de rebelión(Tapia, 2007:172).

La depresión de 1929 y la guerra del Chaco Boreal (1932-1935), que enfrentó a Bolivia con Paraguay, agudizaron las contradicciones al seno de la “Rosca”, como se le denomina a la oligarquía que gobierna a Bolivia precisamente hasta 1952; año en el cual, iniciando en abril con la insurrección obrera y popular urbana, seguido de la toma de tierras y movilización campesina, se devino en un golpe de Estado llevado a cabo en noviembre por el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR).

El 52 constituye el momento que da inicio a la organización del moderno Estado burgués boliviano sobre las disueltas bases del Estado oligárquico terrateniente y minero (Zavaleta [1978]2015). El liderazgo del MNR hace de su proyecto político el sustento del Estado, garantizando su hegemonía política, moral e intelectual por más de 35 años hasta el viraje neoliberal ocurrido en la década del ochenta (García Linera [2005] 2007).

Las líneas de acumulación histórica que permitieron la rebelión o revolución nacionalista de 1952, pueden ser tres:

            1.- Una provendría claramente del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) que tenía al menos una década de creación y camino político. Su base social y propia organización como partido estaba en las capas medias, incluida la burocracia estatal, con el ejército como parte de ella. Había participado en las elecciones de 1950 y postulaba le habían sido robadas por medio de un fraude. Este Movimiento pudo canalizar a su favor la acumulación política de partidos socialistas, como el Partido Obrero Revolucionario de tendencia trotskista, y desarrolla una clara vocación de poder que le acerca a la oficialidad del ejército, al movimiento obrero y a los sindicatos agrarios para combinar de manera efectiva diferentes tácticas de lucha por el poder, como la sublevación popular y de trabajadores, la participación electoral y el golpe de Estado (García Linera [2005] 2007:148).

            2.- Otra línea es la del movimiento obrero, que se remonta a los inicios del siglo XX, pero que logró su madurez y concentración de fuerzas durante la década de los años cuarenta, enfrentándose al capital minero de forma más efectiva. La manera de organización de la clase obrera es el sindicato, los partidos se presentan a su interior solo como anclajes articuladores con los otros sectores sociales a nivel nacional. El funcionamiento de las formas de lucha va de manera progresiva, primero la asamblea a lo interno del sindicato, luego la huelga y como fase final la insurrección armada, que es frecuentemente utilizada (Tapia, 2007). Destacamos lo señalado por García Linera al manifestar que el movimiento obrero “…mientras que en los congresos mineros o fabriles se podía aprobar el programa de transición trotskista, en las elecciones presidenciales y en el comportamiento político se era movimientista…” (García Linera [2005] 2007:150), argumentando que las diferencias entre marxistas y nacionalistas no es tan clara en el discurso, donde coincidían en aspectos como la modernización, estatización e incluso antiimperialismo, sino más bien en la voluntad de poder presente en el MNR.

            3.- En un atrevimiento, agregamos a las líneas de acumulación histórica propuestas por Tapia, otra traída por García Linera, la cual se refiere al indianismo, el cual nos señala este autor, está enclavado en la resistencia manifestada en sublevaciones y rebeliones que han marcado la historia boliviana. Para el momento de la revolución nacionalista de 1952, ha concentrado sus exigencias esencialmente en la defensa y reclamo por la tierra, junto con el acceso al sistema educativo; son los aspectos más relevantes de lucha que traen al sumarse al movimiento nacionalista y su “…renovado pacto de subalternidad con el Estado” (García Linera [2005] 2007:147). El movimiento indígena, fundamentalmente Aymara, utiliza de manera combinada como tácticas de lucha en el proceso del nacionalismo revolucionario, la negociación por medio de sus autoridades originarias, sindicatos campesinos y la sublevación armada.

La  conjunción  de estas líneas de acumulación histórica producen la rebelión nacionalista de 1952, crisis donde emerge, como acotamos antes, el moderno Estado boliviano. El relato nacionalista revolucionario vino madurando desde la década de los cuarenta para configurar un horizonte articulador representado por la nación y el bloque rebelde anti-oligárquico; con una contraparte opuesta anti-nación representada por la oligarquía terrateniente y empresarial minera. Por su parte el movimiento obrero-popular-urbano y los movimientos indianistas-campesinos, van afianzando en su memoria rebelde, los sentidos comunitarios de la rebelión con la disciplina sindical, el nacionalismo y el socialismo.

Como resultados más relevantes del proceso rebelde del año 52 podemos puntear: la nacionalización de los recursos naturales; el cogobierno obrero que actuó en los tiempos iniciales del gobierno del MNR (Tapia, 2007); la reforma agraria, que más que constituir una estructura de rebelión constituyó un soporte del nuevo Estado (Zavaleta,[1978]2015); un sindicalismo que centra el asambleísmo como forma deliberativa; la huelga y la insurrección armada como formas válidas de lucha de la clase obrera (Tapia, 2007:176).  

Trabajos consultados:

-GARCÍA Linera, Álvaro. ([2005] 2007). Indianismo y Marxismo El desencuentro de dos razones revolucionarias. En:Bolivia: memoria, insurgencia y movimientos sociales.  Buenos Aires: Clacso.

-TAPIA, Luis. (2007). Bolivia: ciclos y estructuras de rebelión. En:Bolivia: memoria, insurgencia y movimientos sociales.  Buenos Aires: Clacso.

-ZAVALETA, René. ([1978] 2015). El Proletariado Minero en Bolivia. En: Autodeterminación de las masas/Antología.  México: Siglo XXI Editores; Buenos Aires: Clacso.

También te puede interesar