De Panamá a Los Ángeles, en busca de socios globales para la guerra.

Pot Miguel Ernesto Salazar

Estamos a 4 años de conmemorar los 200 años de la convocatoria hecha por El Libertador Simón Bolívar del Congreso Anfictiónico de Panamá (22 de junio de 1826). La idea bolivariana era clara; un tratado perpetuo de unión y confederación, la creación de un Ejército para la defensa común y la renovación bianual del Congreso, al que se podrían sumar otros países. Bolívar había expuesto la idea central: “que nos sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los  peligros comunes, de fiel intérprete en  los tratados públicos cuando ocurran dificultades y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias”, fue el planteamiento inicial (1822). Años después la idea se iba perfeccionando: «Después de 15 años de sacrificios consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro destino, es tiempo ya que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos”. La gran guerra por la liberación del yugo español dejaba toda la posibilidad abierta de un contraofensiva española por la reconquista de los pueblos del sur que habían encaminado su destino amarrados a procesos revolucionarios, nacionalistas e independientes.

Al sueño de unidad e integración bolivariana le surgieron detractores. Desde el principio los Estados Unidos emprendieron acciones para aniquilar de raíz el proyecto Bolivariano, oligarquías regionales de latifundistas y comerciantes supeditados a los intereses de los estadounidenses y del Reino Unido, fueron el caldo de cultivo para frenar los intentos integracionistas. En 1823, James Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos, ante el Congreso en su mensaje anual señalaba: “Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico”. La libertad ya era una bandera en su política exterior. Y añadía lo siguiente ante los intereses de las naciones europeas que ejercieron el colonialismo como política de expansión y conquista: “Debemos por consiguiente al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad”. Cualquier parecido con los principios de la política exterior de los Estados Unidos de hoy no es mera coincidencia, “América para los americanos”, no es una frase vacía perdida en las páginas de la historia, es la concreción bipartidista con distintas tonalidades de la política exterior de los Estados Unidos.

Durante el mismo año de 1823 una correspondencia entre Tomás Jefferson (tercer presidente de los Estados Unidos)  y James Monroe, da cuenta de la idea central que sustenta a esta nación norteamericana en su relación con el resto del continente, “democracia y libertad” son los elementos que dan vida y doctrina a quien asume el papel de policía del mundo y añadiría, de fiscal acusador, juez y verdugo: “Nuestra máxima primera y fundamental ha de ser nunca enredarnos en las luchas de Europa. Nuestra segunda, nunca tolerar que Europa se entremezcle en asuntos cisatlánticos. América, del Norte y del Sur, tiene un conjunto de intereses diferente al de Europa, y peculiarmente suyo. Debe por tanto tener un sistema propio, separado y aparte del de Europa. Mientras ésta trabaja para convertirse en el domicilio del despotismo, nuestro esfuerzo debe ser ciertamente hacer nuestro hemisferio el de la libertad. Una nación, más que ninguna, podría perturbarnos en esa empresa; ella ofrece ahora liderar, ayudar y acompañarnos en la misma. Accediendo a su proposición, la libramos de sus ligaduras, añadimos su poderoso peso a la balanza del gobierno libre, y de un golpe emancipamos un continente, lo que podría de otra forma prolongarse mucho en dudas y dificultades”.  

Y finalmente la correspondencia deja palpable aquello de “a confesión de partes, relevo de pruebas”, que México pagaría caro con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, en la que el país azteca capituló ante la invasión estadounidense, quienes arrebataron cerca de dos millones trescientos mil kilómetros cuadrados que comprenden los territorios de  los Estados California, Nuevo México, Arizona, Texas, Nevada, Utah, y parte de Colorado y Wyoming.

“Pero primero debemos hacernos una pregunta. ¿Deseamos adquirir para nuestra propia confederación una o más de las provincias de España? Confieso cándidamente que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él, colmarían la medida de nuestro bienestar político. Pero, como soy sensible a que esto no se puede obtener, aun con su propio consentimiento, sino con guerra; y la independencia, que es nuestro segundo interés, (y especialmente la independencia de Inglaterra), se puede obtener sin ella, no tengo ninguna duda en abandonar mi primer deseo a oportunidades futuras, y en aceptar la independencia, con paz y la amistad de Inglaterra, mejor que la anexión al coste de guerra y de su enemistad”. La confesión cándida de Tomás Jefferson es la antesala para comprender no solo el despojo de los territorios a México, sino para entender la guerra de los Estados Unidos contra Cuba en el año de 1898, que tendría nuevamente un momento cumbre 62 años después con la Invasión de Bahía de Cochinos. Sumado a todo esto la invasión a Guatemala, Republica Dominicana, Nicaragua, Granada, Panamá, el golpe de Estado de Pinochet en Chile, la Guerra de los Contras en Nicaragua y los escuadrones de la muerte en El Salvador y Guatemala, la Operación Cóndor en el Cono Sur, los desaparecidos durante la lucha contraguerrillera en Venezuela,  la utilización de Colombia como un gran portaviones para desestabilizar la región, la operación Gedeón, el intento de magnicidio contra el Presidente Nicolas Maduro (otra confesión cándida, esta vez, del ex secretario de Defensa de Trump, el Sr. Mark Esper), el Golpe de Estado contra Evo Morales, y un largo, doloroso y triste etcétera.

Miles de documentos históricos muestran la herencia de los Padres Fundadores de esta nación norteamericana, en la cual se apoya hoy Joe Biden para excluir a naciones del continente americano y del Caribe insular de la próxima Cumbre de las Américas en un intento de cercar y aniquilar los proyectos antagónicos que amenazan al “sueño americano”. Es otro  ejemplo del conocido “Corolario Roosevelt”,  un mensaje al Congreso que escenifica la tragedia que ha significado para los pueblos de Nuestra América la hegemonía de los Estados Unidos en la región: “Todo lo que este país desea es ver a las naciones vecinas estables, en orden y prósperas. Toda nación cuyo pueblo se conduzca bien puede contar con nuestra cordial amistad. Si una nación muestra que sabe cómo actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer la interferencia de los Estados Unidos”, señalaba Roosevelt a comienzos del siglo XX.

De Panamá a Los Ángeles, el objetivo de los diferentes inquilinos que han ocupado la Casa Blanca es aniquilar cualquier proyecto integracionista pensado desde el Sur. La IX Cumbre de las Américas, es la extensión asfixiante contra el Proyecto Bolivariano ejecutado desde una anacrónica OEA -espacio guiado por Washington en su política hegemónica hacia Latinoamérica y el Caribe-, es el “Diálogo Hemisférico” sin reflexión, sin crítica, sin disidencia, sin pueblo. Para la muestra un botón, las actividades previas organizadas por la OEA, que han contado con la participación de la “sociedad civil”, y “actores sociales”, tal vez sea este último concepto el más apropiado para caracterizar este gran teatro. Debbie Mucarsel-Powell, asesora especial de los Estados Unidos para la próxima Cumbre de las Américas, afirmó durante una de estas actividades que “los países que no quieran «comprometerse» con la democracia y «violen» los derechos humanos no serán invitados”. Volvemos a la idea central, “Democracia y Libertad”. ¿Cuál concepto de democracia? ¿Cuál concepto de Libertad? Debería miss Debbie realizar la lectura del libro escrito por Imbolo Mbué, “La América que mato a George Floyd” para luego intentar dar clases de “Democracia y Libertad”.

La IX Cumbre de las Américas es el intento en pleno inicio del siglo XXI de la tropicalización  de “El fin de la historia” y el último hombre (The End of History and the Last Man) de Francis Fukuyama. Sí, Washington ha decidido rehacer su propia Guerra Fría para establecer un nuevo orden mundial, y a esto le sirve el escenario para la IX Cumbre. La celada de Los Ángeles es lo que definiría la intelectual argentina Paula Bruno como la lucha de “Mamuts vs. Hidalgos”, para precisar los apuntes de Paul Groussac (un intelectual francés radicado en Argentina que se dedicó al estudio de los Estados Unidos): “La fuerza impetuosa, pero grotesca del mamut no sólo signaba las dinámicas internas del país, marcaba también los ritmos de sus estrategias de posicionamiento en el escenario internacional. El expansionismo estadounidense reafirmaba, a los ojos de Groussac, las intenciones de consolidar un enorme poderío de ocupación militar, apuntalado por la pretensión de difundir ideales típicos de un pueblo dotado de incisivos colmillos”. Los Ángeles se convierte en el escenario de Washington para marcar la pauta a sus socios de la región en este nueva redefinición de Guerra Fría. China y Rusia, son los enemigos de los Estados Unidos a vencer, son la amenaza identificada al estilo de vida occidental y al mundo unipolar pensado por los Padres Fundadores y en consecuencia deben ser los enemigos del resto de los aliados en la región de Washington. En este tablero global de geopolítica, Latinoamérica también juega, en especial las naciones que han marcado alianzas estratégicas con China y Rusia.   

El consenso logrado por Washington entre los integrantes de la OTAN para enfrentar a Rusia en el terreno militar a través del gobierno nazista de Ucrania y mediante del uso de sanciones para asfixiar la economía rusa, debe ser el consenso a lograr en la IX Cumbre de las Américas. Recientemente hizo una declaración del Secretario General de la OTAN sobre la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN y no extrañaría que se repitiera del otro lado del Atlántico durante la IX Cumbre: Ustedes son nuestros socios más cercanos y su membresía en la OTAN aumentaría nuestra seguridad compartida”. Recordemos que Colombia es “socio global” de la OTAN. Si la política exterior de la administración de Biden ha logrado quebrar, por ejemplo, la neutralidad de Suiza establecida en la Convención de Viena en el año de 1815, por qué no pensar que la IX Cumbre sea el escenario dispuesto para conseguir más “socios globales” entre la comunidad de naciones latinoamericanas y caribeñas. Hay un dicho popular que dice “el cebo es el que engaña, no el pescador ni la caña”.

Es vital para los Estados Unidos mantener sus frentes abiertos en su pretensión del dominio global, del Este de Europa, con la OTAN como pivot, pasando por el frente Indo-Pacifico, con Taiwán como caballo de guerra ante el avance de la milenaria China hasta el Caribe y Latinoamérica.

Pero a los intereses de Washington en esta IX Cumbre le han salido al paso la posición de un conjunto de mandatarios de la región. “Nadie tiene derecho a hablar en nombre de toda América y de decidir quién participa y quién no. Somos países independientes, libres, soberanos. Nos regimos no por mandatos de hegemonías”, sentenció por ejemplo Andrés Manuel López Obrador recientemente en una de sus habituales ruedas de prensa donde además presentó un video de la agrupación mexicana “Los Tigres del Norte”, en una manifiesta opinión sobre la decisión de excluir a Venezuela, Cuba y Nicaragua de la IX Cumbre de las Américas. México, como en el pasado, ha tomado el protagonismo en la construcción de un muro de contención a la estrategia de Washington y que junto a la decisión de consenso de los países del CARICOM han quebrado por ahora el espíritu de los Padres Fundadores estadounidenses presente en esta IX Cumbre.

Aquí nos quedamos plantados con una estrofa de la canción “Somos más Americanos” de los Tigres del Norte: “Ya me gritaron mil veces que me regrese a mi tierra, Porque aquí no quepo yo. Quiero recordarle al gringo: Yo no cruce la frontera, la frontera me cruzó. América nacido libre, el hombre la dividió. Ellos pintaron la raya, para que yo la brincara y me llaman invasor Es un error bien marcado, nos quitaron ocho Estados. Quien es aquí el invasor. Soy extranjero en mi tierra, Y no vengo a darles guerra, soy hombre trabajador”.

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